lunes, 23 de mayo de 2011

Obras - Sinfonías

Séptima y Octava sinfonías
La Séptima Sinfonía en la mayor  aparece en 1813  casi un año después de su composición. El compositor se empecinó en dirigirla en su estreno, con tragicómicos resultados. Pero la crítica reconoció una nueva genialidad de Beethoven. Indudablemente, el maestro alemán muestra con la Séptima su más grandioso concepto de la introducción (Poco sostenuto, pide la partitura). Richard Wagner, otro ferviente beethoveniano, calificó a la Séptima como "la apoteosis de la danza" por su implacable ritmo dancístico y notable lirismo, particularmente hondo en su célebre segundo movimiento, Allegretto que tuvo que ser repetido a petición del público en su estreno, dominado por un ostinato de seis notas. El esquema del tercer movimiento exige, hecho inédito en una sinfonía, la repetición del trío, quedando la estructura A-B-A-B-A. El cuarto movimiento constituye (al igual que en la Sinfonía "Júpiter" de Mozart) el verdadero centro de gravedad de la obra. En suma, toda la Séptima es una obra de gran potencia: hay expertos que la consideran como la mejor de sus sinfonías.
Al año siguiente, 1814, Beethoven concluye la Octava Sinfonía en fa mayor, compuesta inmediatamente después de la Séptima y cuya brevedad (poco más de veinticinco minutos) no eclipsa su meticulosa escritura. Es su sinfonía más alegre y desenfadada ("mi pequeña sinfonía en fa", la llamaba el compositor, para diferenciarla de la Sexta, escrita en la misma tonalidad). La composición fue extremadamente ligera y rápida (cuatro meses). La obra tiene influencias de Haydn, sobre todo en su primer movimiento. La Octava, con su larga y alegre coda, parece un grato adiós al mundo clásico.

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