jueves, 26 de mayo de 2011

Conciertos

Cada concierto de Beethoven es distinto y desarrolla una escritura pianística de gran virtuosismo (él mismo fue un gran virtuoso en su juventud). Quizá el más famoso sea el Concierto para piano n.º 5 «Emperador», de 1809, en donde el virtuosismo y el sinfonismo se combinan a la perfección. Es una composición épica que tiene un originalísimo arranque y soberbias cadencias. El origen del sobrenombre de este concierto se debe a que durante una de sus interpretaciones más tempranas, un soldado francés que se encontraba en el público, maravillado por el virtuosismo del concierto, se habría levantado gritando «es el emperador», en alusión a Napoleón Bonaparte.
El primer y segundo conciertos para piano destacan por su concepción alegre, mientras que el Concierto para piano n.º 3, de 1801, de tono serio, es de una amplitud y calidad incomparables. Por su parte, el Concierto para piano n.º 4, de 1808, apuesta por la profundidad lírica y ha sido considerado, por Emil Ludwig, como el «mejor concierto para instrumento solo jamás compuesto». En cuanto a los conciertos en los que participan más instrumentos, hay que señalar el Concierto para violín y el Triple concierto para violín, violonchelo, piano y orquesta, en donde Beethoven sustituye el sinfonismo por un entretenimiento muy del gusto de la época, dando ocasión a resonancias algo exóticas: Rondó alla polacca es su rítmico tercer movimiento.
Beethoven también compuso una Fantasía para piano, orquesta y coro, que es una triple fantasía: comienza el piano solo, se le une la orquesta y, cerca del final, hace su entrada el coro un esquema similar al de la Novena Sinfonía.
El único Concierto para violín,(que cuenta además con una transcripción para piano, obra del mismo Beethoven) fue en su tiempo una obra controvertida que atrajo poca atención en su estreno, con el violinista Franz Clement en la parte solista. Fue solo en 1850, de la mano del violinista Joseph Joachim, amigo de Johannes Brahms, cuando el concierto alcanzó notoriedad. La explicación de esta demora en imponerse es lo complejo de su interpretación, que hizo que pocos violinistas se atreviesen a tocarlo por años, argumentando que la participación del violín a la par con la orquesta les restaba protagonismo, lo que se unía a la fuerte exigencia de Beethoven. Hoy por hoy es una de las obras cumbre del repertorio violinístico, consideradas como los hitos que señalan la madurez que requiere un violinista para hacer carrera internacional. Dentro de esta categoría de obras para violín y orquesta deben incluirse además dos breves Romanzas para violín y orquesta.
Sonatas para piano Las sonatas para piano de Beethoven transportaron la música a un nuevo orden. En las del, se advierte un aliento y un dominio estructural que rompían con la elegancia dieciochesca. Después de 1800, Beethoven empezó a desarrollar el género con proyecciones románticas. La sonata , en si mayor, es la última sonata del primer período de composición, la cual Beethoven declaró como su sonata preferida. La en la, la primera que compuso desde el comienzo del nuevo siglo, se abre con un tema lento con variaciones, sigue con un scherzo temerario y vertiginoso, una marcha fúnebre «a la muerte de un héroe» y concluye en un agitado final. A ésta le siguieron las dos sonatas Quasi una fantasía (a la segunda se la suele llamar Claro de Luna) que formalmente son poco convencionales. Los siguientes hitos de su composición pianística coincidieron con la gran crisis que le produjo el agravamiento de su sordera. La brillante Waldstein (el apellido del conde a quien va dedicada, más conocida por Aurora en los países hispanófonos) y la arrolladora Appasionata fueron de concepción tan revolucionaria, que hasta el propio Beethoven se abstuvo de escribir para piano solo durante algunos años. Pero la cima de su pianismo son las cuatro últimas de las treinta y dos sonatas, desde la, Hammerklavier que es frecuentemente referida como «sinfónica», por sus cuatro movimientos, hasta la op. 111 en do menor, la tonalidad de la que se valía para su música Sturm und Drang, como por ejemplo, su Quinta Sinfonía. Las sonatas exigían un virtuosismo pianístico sin precedentes hasta entonces y eran prácticamente intocables en la época. Franz Liszt fue Sonatas para piano y violín
Sonatas de Piano y vioìn: Destacan también las diez sonatas para violín y piano, en especial la Sonata para violín n.º 9 «Kreutzer», Op. 47, conocida por las exigencias que presenta para la parte del violín. Está dedicada a Rodolphe Kreutzer, conocido violinista de la época. Así mismo, la Sonata para violín n.º 5, conocida como Frühling (Primavera) y la Sonata para violín n.º 10 gozan de gran popularidad.

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